Creonte y Antígona. Tía y sobrina. Una muchacha enfrentada a la máxima representación del estado. Un momento de desequilibrio en el que un ser humano «debe aferrarse de la manera más estrecha a sí mismo», atenerse a su identidad con la máxima firmeza.
«Ni Antígona ni Creonte pueden ceder sin falsear su ser esencial. Ambas tienen razón… Ambas creen tenerla. Las dos obcecadas en sus respectivos discursos. Sordas en los extremos… Las demás, sobrecogidas, al comprobar «cuán horriblemente fácil es que el ser humano quede reducido a menos de lo que es o transportado a más de lo que es, pues ambos movimientos son igualmente fatales para su identidad y su progreso».