Pilar del Olmo, durante el laboratorio ´Picnic´ del festival Frinje. Carlos Rosillo
Pilar del Olmo, 71 años. Antes de jubilarse trabajó en la frutería de su marido mientras se ocupaba de su casa y sus dos hijos. Su mayor temor en este momento es que le falle la memoria durante la función teatral en la que participará este domingo dentro de la programación del Frinje, que se celebra estos días en el centro Matadero. Actuará junto a sus nietos Clara, de 11 años, y Abel, de nueve. Y con Lola, ama de casa, y su hijo Cristóbal, enfermero. También con María y su ahijada Lucía, que también son primas, además de dos pares de hermanos y otra madre con su hijo. Ninguno es actor ni artista profesional, pero entre todos han creado una obra partiendo de sus vivencias familiares.
¿Cómo encaja este elenco tan inusual en uno de los festivales más innovadores de la escena española? “La historia del teatro está marcada por esos grandes autores como Chéjov, que intentaban atrapar la vida que pasa por debajo de lo que ocurre. Pero también es interesante la vida que pasa por delante. Ahí está la posmodernidad”, pregunta Rocío Bello, directora del laboratorio del Frinje en el que se ha gestado este experimento, bautizado como Pícnic. “Los actores no profesionales a veces juegan más porque no tienen tan presente al espectador. Son más libres. Y eso es también muy vanguardista”, añade.
Durante dos semanas este heterogéneo grupo de madres, abuelas, hijos, hermanos y primas ha compartido recuerdos de comidas campestres, fotografías de infancia, recetas, anécdotas, secretos... “Al poner en común esas vivencias, que hemos hecho aflorar con ejercicios y técnicas de improvisación escénicas, se han generado situaciones y diálogos inesperados. Y con eso hemos construido una obra teatral sobre el tema de la familia”, explica la directora. Una ficción basada en escenas reales interpretadas por los propios personajes protagonistas. ¿Qué hay más posmoderno?
Esa obra teatral se representará en una única función este domingo en Matadero. Pero que nadie espere ahí grandes disertaciones conceptuales: se discute sobre si la tortilla de patatas está mejor con o sin cebolla, se cuentan chistes malos, se desvelan secretos y se tararean canciones pachangueras. “Son situaciones cotidianas, pero cargadas de emoción. Ese es precisamente el mayor valor artístico de este tipo de trabajos: que son emocionantes porque se trabaja con materiales muy personales”, asegura Bello.
Sesión del laboratorio ´Amor líquido´, dirigido por Cibele Forjaz. Carlos Rosillo
Experimentos como este prueban que el teatro más vanguardista no tiene por qué ser un reducto de minorías. Y que dentro de ese concepto cabe de todo. Mientras la abuela Pilar cuenta a sus compañeros cómo transcurren las barbacoas en su familia, una gurú del teatro latinoamericano, la brasileña Cibele Forjaz, intenta en otro laboratorio del Frinje concretar en un escenario el concepto de amor líquido del sociólogo Zygmunt Bauman. En una nave contigua, mientras tanto, un grupo de 30 personas de diferentes edades y formación intenta encontrar su manera de bailar más personal en un taller llamado Entonces baila. Y en otra sala más allá otro pope internacional, el dramaturgo británico Mark Ravenhill, invita a autores españoles a buscar al fascista que todo hombre lleva dentro partiendo de un texto de Georges Bataille.
En paralelo, en diversos escenarios del Matadero, el Frinje ha programado espectáculos de compañías reconocidas por su transgresión como la italiana Teatro Sotterraneo, la colombiana Mapa Teatro y la catalana Agrupación Sr. Serrano (ganadora del León de Plata de la Bienal de Venecia de 2015).
Solo un festival tan ecléctico y osado como el Frinje es capaz de mezclar sin complejos a personajes tan dispares. Y propiciar relaciones entre ellos que, quizá, enciendan la chispa de un nuevo proyecto teatral. “Nunca sabemos qué puede salir de cada laboratorio. A veces nacen proyectos como Dios K, de Antonio Rojano, que nació en un primer seminario en 2014, se desarrolló en la edición de 2015 y finalmente se estrenó este año dentro de la programación del Teatro Español. Y otras veces no surje nada concreto, simplemente se plantan semillas o ideas que luego pueden o no materializarse en un escenario”, explica José Manuel Mora, coordinador artístico del certamen.
EL ARTE QUE DA VIDA A LOS BARRIOS
La directora del laboratorio Picnic del Frinje, Rocío Bello, es también directora de la Escuela Municipal de Arte Dramático de Madrid. Como tal, tiene una larga experiencia de trabajo con actores aficionados, sin ambiciones profesionales, que son mayoría en las escuelas municipales de toda España. “Esos alumnos son los que luego suelen crear los grupos de teatro amateur que dan vida a los centros culturales de barrios y pueblos. Y muchos no carecen de valor artístico pese a no ser profesionales”, afirma Bello.
“En todo caso, el teatro aficionado tiene muchos valores más allá de lo artístico: sociales, educativos, terapéuticos…”, continúa Bello. “Pero se le ha prestado siempre tan poca atención que ni siquiera hay un desarrollo conceptual sobre qué significa o cómo se hace. Por eso es importante que festivales profesionales como el Frinje abran de vez las puertas a este tipo de trabajos”, lamenta.